Aquí.

6 oct 2011

Atados, parte 2



OTOÑO

Siempre le había gustado ése parque. Recordó cuando era pequeña y sus padres la llevaban todas las tardes para que se recreara y se divirtiera un par de horas, mientras ellos se sentaban en el banco donde ella se encontraba en esos momentos y charlaban con otros padres. El césped era verde y las risas de los niños alegraban a todo el que pasara por ahí, hipnotizándolo y atrayéndolo al lugar. Las aves cantaban y el aire era limpio y fresco.
Ahora no. Echó un vistazo a los columpios oxidados, a la tierra infértil y al clima gris. Lo único que se escuchaban eran los frecuentes estallidos que destrozaban la vida de todas las familias y el quejido de los niños al encontrarse perdidos en ése ambiente. Eran tiempos de dolor desde hacía dos años, para ella y para todos. Nuevamente se encontraba sola, tratando de despejarse y especular, en un parque abandonado que había formado parte importante de su infancia.
Suspiró con anhelo, observando al triste árbol que se erguía a su lado. Debajo de él se encontraba una alfombra de varios matices marrones compuesta por hojas, y a pesar de todo lo que estaba pasando, de lo sola que se sentía y de lo triste que se encontraba su entorno, ella consideró ése retazo de suelo algo hermoso. Por primera vez en varios años recordó lo que era caminar por ése parque y encontrar el gran manto de hojas secas que simbolizaban la preparación de los árboles para el invierno. Y sonrió levemente ante la presencia del recuerdo.
Era imposible olvidar los momentos en que de niña recolectaba las hojas en pequeños montoncitos y retaba a sus compañeros a saltar sobre ellos, para acabar luego en risas viéndolos con el cabello lleno de ramas y pétalos. Eran momentos especiales de su infancia, de esos que jamás se van.
Pero entonces recordó el día en el que decidió quién sería su mejor amigo, como cosas de infantes. Se acercó a un niño que le parecía buena persona, le tomó la mano y lo invitó a jugar. Y desde ése día eran esenciales el uno para el otro… ¿quién diría que años después él complementaría su vida de la forma en que lo hizo? Él era parte de su vida, y de pequeña jamás imaginó que tendrían que separarse… pero así había sido. Ella había tratado de ir con él, pero no pudo, quiso, pero no la dejaron. Y así la vida le había otorgado angustia y dolor.
Apartó la mirada del montón de hojas, ahora algo desalentada. En el momento en el que volteó la cabeza al frente, los vellos de la nuca se le erizaron involuntariamente al sentir una respiración sobre ella. No quiso moverse, confusa y alerta, pues no sabía quién podía ser.  
-Rose.- Cada parte de su ser reaccionó al escuchar su nombre siendo pronunciado por él. Era su voz.
Cerró los ojos, ahora deleitándose con la existencia de su palabra y la respiración sobre su cuello. Su presencia desprendía calma y tranquilidad, y la hacía sentirse como antes, cuando él estaba ahí para ella. Sintió su aroma penetrarla e inhaló profundamente con la idea de no dejarlo ir. No quería abrir los ojos.
-Te amo.- Volvió a decir él, y una sonrisa de pasión se extendió por el rostro de ella.
Irradiaba felicidad, sintió que el sol salía y que el ambiente cambiaba. Aún así, no quiso abrir los ojos, por temor a ahuyentarlo. No quería que se fuera, quería mantenerlo ahí, al lado de ella, reconfortándola y alegrándole el día. Quería que siguiera hablando, para no olvidar su voz, para no perderlo.
-Yo también.- respondió ella en un susurro casi inaudible.- Te amo.
Sintió como la respiración de él se tornaba acelerada y un calor se extendía por todo su ser. Estaba más que satisfecho con su respuesta, de eso estaba segura. Para ella, podían pasar horas así, él presente de alguna forma posible y ella alentándolo a seguir ahí. Quería sentirlo, quería abrazarlo, quería besarlo, pero no quería arriesgarse a abrir los ojos y perderlo.
-Estoy bien. – Él volvió a hablar, pero ahora con mayor suavidad.
No pudo evitarlo, ella abrió los ojos y sintió como él se iba. Desesperada, volteó la cara, pero no había nadie detrás de ella, no había nadie en el parque. No había sol y el ambiente seguía igual de lúgubre, recordándole nuevamente su realidad. El viento comenzó a soplar y eliminó todo rastro del aroma de él, llevándose también algunas hojas del montón en el camino.
Ella volvió a suspirar, pero ahora aliviada. Tomó sus cosas y luego de dar un par de miradas alrededor, se puso de pie para cruzar la calle e irse a su casa.
Después de todo, él estaba bien y ella lo sabía.

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