Aquí.

28 ago 2011

Atados, parte 1.


VERANO

Hundió sus pies en la arena, buscando refugiarlos un poco del sol. El viento azotaba con fuerza su cabello y la superficie de su piel se encontraba iluminada por la luz que desprendía el astro. Frunció el ceño y entrecerró los ojos mirando hacia arriba: no había una sola nube en el cielo, era un día perfecto para la playa… y sin embargo no había nadie a su alrededor. En esos tiempos, había mejores cosas que hacer. Se colocó su sombrero y comenzó a caminar por todo el largo de la solitaria costa, dejando huellas con cada paso que daba. El mar estaba agitado y no se oía más que el quejido de las gaviotas que buscaban una buena presa en el mar y fallaban en el intento.
Recordó aquellos días en los que solía pasear acompañada por la playa, tirándose en la arena y riendo sin parar. Los días eran más claros y ninguna preocupación rodeaba sus vidas. Salpicaban agua, corrían y se abrazaban. Eran dos jóvenes con espíritu y ganas de disfrutar la vida, sin temores al futuro, hallando el presente. Observaban atardeceres tomados de la mano y él la envolvía con sus brazos, haciendo promesas sin articularlas, protegiéndola de un mal inexistente y llevándola a lugares inimaginables. Sí, eran jóvenes.
Pero el tiempo los había golpeado y separado. Habían despertado y entrado a una situación abrumadora en la que tenían que luchar para seguir juntos y permanecer vivos. La realidad les había arrebatado las esperanzas y el entorno había perdido su alegría.
Ahora caminaba sola.
Cerrar los ojos y calmarse se veía como una imposibilidad en esos momentos. Cayó de rodillas y enterró sus manos en la arena, dejando que una disimulada lágrima rodara por su rostro. Lo único que quedaba eran los recuerdos... que el tiempo se encargaría de eliminar poco a poco, haciendo más tortuosa su vida.  
Podían haber pasado horas, quizás minutos, pero llegó un momento en el que se dio cuenta de que el aroma salino se había esfumado y había dado paso a uno diferente, más penetrante y… masculino. Levantó el rostro y fijó su mirada en una silueta en la distancia que a paso lento se acercaba a ella. Sin darse cuenta, se encontró poniéndose de pie  con total seguridad y caminando hacia él, mientras el viento soplaba más fuerte y la arena se arremolinaba a su alrededor. Las gaviotas habían callado y el mar se había calmado, dejando el ambiente con poco sentido y a ella con mucha desazón. Ansiaba llegar hasta él, verificar que estaba bien, que era él… que estaba ahí. Aceleró el paso para evitar la distancia, sintiéndose cada vez más reconfortada por su aroma y necesitada de su abrazo.
Cuando estaban a pocos pasos de hallarse, él se detuvo y ella lo imitó, confusa. Trató de observar su rostro, el cual se encontraba ensombrecido y carente de alguna expresión, pero no logró identificarlo. Sus ropas estaban raídas y manchadas, su cuerpo se encontraba encorvado y sus ojos no la observaban en verdad. Estaba ausente y muy lejos de ser la persona que ella recordaba… pero era él, de eso no había duda.
Trató de llamarlo, pero se dio cuenta de que no podía articular una sola palabra debido a la conmoción. ¿Por qué no la veía? ¿Por qué no se terminaba de acercar? ¿Por qué parecía no reconocerla?
Frustrada, bajó la mirada unos segundos, dubitativa. De la nada habían aparecido nubes, ocultando el sol, eliminando todo rastro de sosiego y el viento arrastraba con él la arena. Finalmente, decidió terminar de acortar la distancia que los separaba y extendió el brazo, llamándolo a acercársele. Ése simple gesto por parte de ella logró que él notara su presencia y contrajera su rostro en una mueca de dolor. Parecía vulnerable y desconcertado, sus ojos expresaban mil y un sentimientos de remordimiento, añoranza y tristeza que bien podían ser expresados sin palabras. Empezó a inhalar con fuerza y a derramar lágrimas por su abatido rostro, mientras elevaba su mano para hacer contacto con la de ella, quien también había empezado a llorar de la desesperación. Faltaba poco, muy poco para que sus dedos se entrelazaran y compartieran su dolor, para que se calmaran mutuamente y se reconfortaran. Faltaba muy poco para que ella lograra tocarlo, aproximarse a él, tranquilizarlo y susurrarle palabras de aliento al oído.
Pero justo en el momento en el que las yemas de sus dedos se rozaron, él se tensó soltando una exclamación y segundos después el viento se lo había llevado.
-¡NO!- Soltó ella, tratando de sujetarlo inútilmente con sus manos, pero la arena se coló por sus dedos, y al siguiente momento se encontraba de nuevo sola en la playa. El sol había vuelto a salir y las gaviotas habían vuelto a graznar. Las olas se reventaban con fuerza antes de llegar a la orilla, el viento se había calmado y nada indicaba que la escena anterior hubiese ocurrido.
Se tumbó en la arena nuevamente y se quitó el sombrero de la cabeza, develando su cabellera. Lo sostuvo en sus manos unos momentos, mientras derramaba las lágrimas sobre él y luego, presa de rabia y dolor lo tiró con fuerza al suelo. ¿Qué había hecho ella para merecer eso? La vida le había quitado lo único que la hacía dichosa, lo único que le prometía un futuro carente de tristeza, lo único que evitaba que se sintiera sola. Pero ahora su mente jugaba con ella y le recordaba lo duro que era no poder estar con él y ayudarlo, lo fuerte que era la vida en esos momentos y el hecho de que tuviera que llevarla a cuestas sin su compañía.
Con desgracia, volvió a tomar su sombrero y se recogió el cabello con él. Se puso de pie, trastabillando un poco y asumió que por los momentos, la costa seguiría vacía y lista para que ella la cruzara sin problemas.

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