Aquí.

25 oct 2011

Atados, parte 3


INVIERNO

No sabía si era idea de ella o de verdad la tristeza y el dolor aumentaban con el paso de los días. A cada rato, su entorno oscilaba y la gente corría desesperada en busca de refugio. Ella no. No tenía intenciones de refugiarse para continuar una vida como esa, sin alegría y con mucho sufrimiento. Habían transcurrido varios años que no pasaron desapercibidos para nadie, cada día contado en espera de un cambio y cada hora de vida agradecida.
Soltó una bocanada de aire, cansada. Estaba sentada en la mesa de su “comedor”, si es que aún podía llamarse así a un espacio improvisado, esperando a que todo se calmara. Entre sus manos estaba una taza de té recién hecho, del cual no había bebido ni un sorbo, apreciando el calor de la porcelana contra sus desnudas palmas. El fuego de la chimenea era escaso y la calefacción no funcionaba desde hacía un par de años, por lo que el frío del invierno arrasaba contra ella aprovechándose de su precaria situación.
Los ventanales retumbaban con cada estallido y las lámparas amenazaban con desprenderse en cualquier momento. Fuera, las cosas estaban terribles y ya nadie salía por temor a perder la vida. Desde el cielo gris se podían percibir zumbidos y con los estruendos muchos hogares habían sido destruidos, dejando al ambiente en ruinas. Era una época difícil que no parecía querer abandonarlos.
Cuando el té perdió su calor, simplemente lo deslizó hacia un lado de la mesa y se puso de pie, arreglándose su delgado abrigo en un inútil intento de darse más calor. Bordeó la mesa y deslizó la mano por los muebles pegados a la pared, cuya superficie se encontraba despejada y vacía… o eso creía ella, porque cuando su mano tropezó con un pequeño portarretratos, soltó un respingo y frunció el ceño extrañada.
-No recuerdo haberte puesto aquí. – Murmuró para sí misma, mientras tomaba el extraño objeto y lo volteaba para verlo.
En el momento en el que vio la fotografía, un dolor se aprisionó en su pecho. Los protagonistas eran ellos dos, abrazados, en otra época, en otro ambiente. Contrastaba la diferencia que había marcado el tiempo, ya que ella lucía menos desgastada y más alegre. Él… pues salía de la única forma en que ella lo recordaba, apuesto, gozoso y cariñoso. Cerró los ojos, suspirando con pesar, y luego volvió a colocar en portarretratos volteado sobre el mueble.
En el justo momento en el que se dio la vuelta para recoger la taza, escuchó voces afuera. Años atrás hubiese sido completamente natural haber sentido una que otra conversación por el vecindario. En esos tiempos, no. Constantemente reinaba el silencio, y lo único que se oía de vez en cuando eran las estruendosas detonaciones que habían destruido ya muchas vidas. Actualmente, nadie visitaba a nadie y la vida de los demás era totalmente ajena, preocupándose nada más por sí mismos o, en algunos casos, sus familias.
Se aproximó a la ventana para poder identificar a los portadores de esas voces, los cuales cada vez se oían más cerca. Eran dos hombres altos, corpulentos y uniformados. El alma se le destrozó en mil pedazos cuando tocaron su puerta.
No puede ser.
 Llevaba tiempo sin saber nada de él, viviendo permanentemente lo que era la inexactitud. Había aprendido a llevar a cuestas la vida sin él durante todos esos años, pero no estaba preparada para asumirlo. No quería pensar que ésa pequeña esperanza de que él volviera se había esfumado.
Volvieron a tocar la puerta.
No se podía mover ni reaccionar. No quería enfrentarlos ni que le dieran la noticia, sabía que quedaría devastada y no podría continuar con su vida. Si salía, ellos fingirían tristeza, compasión y le dirían mil y un cosas para consolarla, pero no sentirían nada. Al final, ése era su trabajo: llevar la noticia, costara lo que costara y luego buscar otro destino para repetir la misma historia.
Se dejó caer en el suelo y rompió a llorar, mientras los oficiales seguían tocando la puerta desde afuera.
Sintió que pasaron horas hasta que dejó de oírlos, cuando quizás se habían ido a descansar para regresar en otro momento, o simplemente a verificar si la dirección era la correcta. Ojalá no lo fuera.
Con dificultad, se puso de pie y caminó  hacia la puerta de entrada. Sus entumecidas manos se posaron sobre el pomo y lo giraron. El frío le golpeó el rostro y el olor a pólvora inundó todo su cuerpo, mientras observaba a los hombres alejarse, dejando un camino de huellas sobre la sucia nieve y retomando su conversación. Con pesar, se dispuso a cerrar la puerta, pero al bajar la mirada, observó un pequeño sobre que yacía en el piso. Lo tomó confundida, sin saber si sentirse aliviada o preocupada.
Entró a su casa y se sentó en la mesa donde se encontraba todavía la taza de té frío. Con manos temblorosas, le dio varias vueltas al sobre, observando la dirección y su nombre estampado en él varias veces, tratando de convencerse de que era para ella. No se decidía si abrirlo o no.
¿Y si era una mala noticia? No podría soportarlo ni enfrentarlo, de la misma forma en que rato atrás había rechazado a los oficiales. Pero… ¿y si era buena?
Lentamente, rasgó el lateral para encontrar una hoja de papel no muy bien doblada dentro. Sonrió al pensar que podría ser de él, recordando lo mucho que le costaba hacer las cosas con delicadeza. Un poco más motivada por la idea, desdobló el papel, pero lo que encontró no era lo que esperaba: el papel estaba en blanco. No en su totalidad, en la parte inferior estaba un sencillo pero cargado de emociones “Espérame” y debajo firmado su nombre.
No eran buenas ni malas noticias. Sólo le estaba haciendo saber que seguía ahí, pendiente de ella, vivo. Y para ella, eso era más importante que haber recibido una larga carta con mil palabras cargada de sentimientos y anécdotas. Ésa simple palabra expresaba mucho más: estaba con vida, pensaba en ella y pronto volverían a verse.
No pudo borrar la sonrisa de su cara, mientras volvía a doblar la hoja con mayor delicadeza, la volvía a meter en el sobre y la presionaba contra su pecho. Su día había dejado de ser frío, no había guerra y nuevamente habían vuelto el calor y la alegría a ella.
-Te esperaré. – suspiró, mientras se ponía de pie y colocaba la carta detrás de la fotografía del portarretratos. 

20 oct 2011

Quiero...

Quiero sentir la lluvia.

Y no me refiero a percibir el olor a humedad, barro y guardado que a veces desprende. No. Tampoco a mojarme y coger un resfriado, porque a pesar de que los niños aman eso, yo no termino de verle la gracia.

NO.

Quiero sentir la lluvia como un animal el miedo, como un crío un helado, como una mujer un beso, como un libro el ser leído, como un pájaro el volar, como un músico a su instrumento, como un político la paz, como una madre a su hijo…

Quiero entender el por qué cae del cielo de manera tan estrepitosa, si es porque le duele algo o quiere pisar con fuerza y no encuentra cómo. Quiero saber por qué moja, si es por querer contagiar su rabia o porque no le gusta quedarse sola. Quiero saber por qué resuena en el cielo, si es porque quiere gritar o porque golpea para descargarse. Quiero saber por qué ennegrece las nubes, si es por expresar su frustración o porque su alma de por sí es oscura. Quiero sentir su sufrimiento, y entenderlo.

Porque mientras no lo entienda, seguiré parada frente a la ventana, viendo mi reflejo mojarse y añorando el calor del sol.

Porque si no siento la lluvia, jamás podré aceptarla.

19 oct 2011

Me mandaron a escribir.

Y la gente debe saber que cuando le mandan a escribir, es ley que la mente se bloquee y no sea capaz de procesar idea alguna. O por lo menos una buena.  Y entonces lo que haces es buscar un momento particular de tu día que puedas plasmar en palabras… pero te das cuenta de que no lo hay. Ni lo habrá. Porque es un hecho que cuando te mandan a escribir, el Universo conspire para que entiendas que no debes hacerlo.
Si alguna vez llego a escribir algo no muy coherente, con sentido connotativo y lleno de sarcasmos, estupideces e historias  interesantes y de buen gusto dentro, les haré saber, porque es muy probable que ése año me vean en las primeras páginas del Record Guines, o en el periódico, besando cabezas de bebés y estrechándole la mano a Allende, Rowling y, si cabe dentro de éstas imposibilidades, a Shakespeare. Porque eso es sencillamente imposible.
Así que nos vemos cuando acabe el plazo de entrega y ya no me obliguen a escribir.

6 oct 2011

Atados, parte 2



OTOÑO

Siempre le había gustado ése parque. Recordó cuando era pequeña y sus padres la llevaban todas las tardes para que se recreara y se divirtiera un par de horas, mientras ellos se sentaban en el banco donde ella se encontraba en esos momentos y charlaban con otros padres. El césped era verde y las risas de los niños alegraban a todo el que pasara por ahí, hipnotizándolo y atrayéndolo al lugar. Las aves cantaban y el aire era limpio y fresco.
Ahora no. Echó un vistazo a los columpios oxidados, a la tierra infértil y al clima gris. Lo único que se escuchaban eran los frecuentes estallidos que destrozaban la vida de todas las familias y el quejido de los niños al encontrarse perdidos en ése ambiente. Eran tiempos de dolor desde hacía dos años, para ella y para todos. Nuevamente se encontraba sola, tratando de despejarse y especular, en un parque abandonado que había formado parte importante de su infancia.
Suspiró con anhelo, observando al triste árbol que se erguía a su lado. Debajo de él se encontraba una alfombra de varios matices marrones compuesta por hojas, y a pesar de todo lo que estaba pasando, de lo sola que se sentía y de lo triste que se encontraba su entorno, ella consideró ése retazo de suelo algo hermoso. Por primera vez en varios años recordó lo que era caminar por ése parque y encontrar el gran manto de hojas secas que simbolizaban la preparación de los árboles para el invierno. Y sonrió levemente ante la presencia del recuerdo.
Era imposible olvidar los momentos en que de niña recolectaba las hojas en pequeños montoncitos y retaba a sus compañeros a saltar sobre ellos, para acabar luego en risas viéndolos con el cabello lleno de ramas y pétalos. Eran momentos especiales de su infancia, de esos que jamás se van.
Pero entonces recordó el día en el que decidió quién sería su mejor amigo, como cosas de infantes. Se acercó a un niño que le parecía buena persona, le tomó la mano y lo invitó a jugar. Y desde ése día eran esenciales el uno para el otro… ¿quién diría que años después él complementaría su vida de la forma en que lo hizo? Él era parte de su vida, y de pequeña jamás imaginó que tendrían que separarse… pero así había sido. Ella había tratado de ir con él, pero no pudo, quiso, pero no la dejaron. Y así la vida le había otorgado angustia y dolor.
Apartó la mirada del montón de hojas, ahora algo desalentada. En el momento en el que volteó la cabeza al frente, los vellos de la nuca se le erizaron involuntariamente al sentir una respiración sobre ella. No quiso moverse, confusa y alerta, pues no sabía quién podía ser.  
-Rose.- Cada parte de su ser reaccionó al escuchar su nombre siendo pronunciado por él. Era su voz.
Cerró los ojos, ahora deleitándose con la existencia de su palabra y la respiración sobre su cuello. Su presencia desprendía calma y tranquilidad, y la hacía sentirse como antes, cuando él estaba ahí para ella. Sintió su aroma penetrarla e inhaló profundamente con la idea de no dejarlo ir. No quería abrir los ojos.
-Te amo.- Volvió a decir él, y una sonrisa de pasión se extendió por el rostro de ella.
Irradiaba felicidad, sintió que el sol salía y que el ambiente cambiaba. Aún así, no quiso abrir los ojos, por temor a ahuyentarlo. No quería que se fuera, quería mantenerlo ahí, al lado de ella, reconfortándola y alegrándole el día. Quería que siguiera hablando, para no olvidar su voz, para no perderlo.
-Yo también.- respondió ella en un susurro casi inaudible.- Te amo.
Sintió como la respiración de él se tornaba acelerada y un calor se extendía por todo su ser. Estaba más que satisfecho con su respuesta, de eso estaba segura. Para ella, podían pasar horas así, él presente de alguna forma posible y ella alentándolo a seguir ahí. Quería sentirlo, quería abrazarlo, quería besarlo, pero no quería arriesgarse a abrir los ojos y perderlo.
-Estoy bien. – Él volvió a hablar, pero ahora con mayor suavidad.
No pudo evitarlo, ella abrió los ojos y sintió como él se iba. Desesperada, volteó la cara, pero no había nadie detrás de ella, no había nadie en el parque. No había sol y el ambiente seguía igual de lúgubre, recordándole nuevamente su realidad. El viento comenzó a soplar y eliminó todo rastro del aroma de él, llevándose también algunas hojas del montón en el camino.
Ella volvió a suspirar, pero ahora aliviada. Tomó sus cosas y luego de dar un par de miradas alrededor, se puso de pie para cruzar la calle e irse a su casa.
Después de todo, él estaba bien y ella lo sabía.